martes, 28 de mayo de 2013

Querida Sylvia

Querida y preciada Sylvia:


Espero que esta carta no se demore mucho en llegar a sus manos, pues necesito, y ansío, que estas palabras leas lo antes posibles. Os echo de menos. Nos separan tantas leguas de distancia que a veces creo que mi pecho va a explotar en mil pedazos. Donde estoy, no estoy mal, pero faltáis vos. Falta vuestra luz, vuestra alegría y vuestra blancura inmaculada, haciéndome compañía.

Mientras escribo está atardeciendo en este extraño lugar y no puedo dejar de recordar los atardeceres que pasamos juntos, besándonos y acariciándonos el uno al otro. Lo pienso y se me corta hasta la respiración. Nunca creí que ningún ser humano fuera a ser tan indispensable para mi como los sois vos mi querida Sylvia. Mi dulce, dulce Sylvia. Es decir vuestro nombre en alto y hasta las flores se abren y saludan a los últimos rayos solares. Voto a Dios querida, que volveré pronto a veros, a sentir vuestro calor, a aspirar vuestro aroma. A poder ver a Dios a través de vuestros ojos, vuestros preciosos orbes de ángel.

Lo que me ha mantenido vivo, aquí en esta tierra hostil, es vuestro recuerdo. El recuerdo de vuestra sonrisa y el deseo de poder verla de nuevo, dentro de poco, si el destino es bueno con nosotros.

Solo soy un humilde soldado, Sylvia, pero cuando vuelva tendré el dinero suficiente para vivir bien, quizás comprar una casa, con unos pequeños terrenos a la afueras de la ciudad. Por eso es que me haríais el hombre mas feliz del mundo si cuando estuviera de vuelta vos aceptarais casaros conmigo, con este soldado que no os puede ofrecer grandes riquezas, pero que mataría y moriría por vos sin pestañear. Porque os amo Sylvia, desde el fondo de mi alma y mi corazón, os amo y hasta el mismo Dios lo sabe. Termino de escribir, pues me toca hacer la guardia, no olvideis pensar mi proposición. Espero vuestra respuesta.

Que nunca, nunca, dejéis de sonreír.


Siempre tuyo.

Emilio Martínez.